martes, 7 de enero de 2020





                                  MI TRABAJO ME DESBORDA: QUÉ HACER?



La relación con el trabajo que realizamos puede ser sumamente gratificante y enriquecedora, o puede ser un verdadero infierno.

Los factores que inclinan la balanza de un lado o de otro son múltiples.

A veces, se hace necesario replantearnos algunos aspectos de nuestro trabajo, revisar, reflexionar, concluir con honestidad hacia nosotros mismos,y, lo más difícil: actuar.

Accionar en dirección a un cambio es lo más complicado. Pero si no lo hacemos, toda reflexión se convertirá en una idea rumiante que no nos dejará en paz.

A veces trabajamos porque nos gusta, porque así lo elegimos. Otras veces, la mayoría, lo hacemos porque debemos.
Debemos sostenernos,
Debemos llevar el sustento a casa.
Debemos cumplir con compromisos y obligaciones.
Debemos alcanzar un cierto status social.
Muchas veces, llega un momento en que todos nuestros mecanismos de adaptación son superados y nos encontramos frente a la imposibilidad de continuar afrontando las dificultades de ciertos ámbitos de trabajo.

Uno de los conceptos que , en nuestra cultura al menos, está arraigado, es que el trabajo(o empleo, que no siempre es sinónimo) debe generar estabilidad y seguridad y "durar" toda nuestra vida activa.
Es casi imposible que algo "dure" durante décadas sin sufrir cambios. Nosotros mismos sufriremos cambios, sin dudas. En nuestros objetivos, nuestros deseos, nuestras motivaciones, iremos cambiando y moviéndonos de posición, siempre y cuando maduremos y no nos estanquemos en nuestros procesos psíquicos. Dicho de otro modo: las personas sanas emocionalmente, cambian.

Ir contra ese cambio nos deprime, nos empantana, nos enferma.
Luchar contra ese cambio para que todos "siga siendo igual" es ir contra nuestra propia naturaleza.

A veces, concluimos que no podemos cambiar de empleo.
Por la edad, por los compromisos asumidos, por temor, por la realidad de la falta de opciones.

Nada justifica que no cambiemos nuestra postura frente a esa situación. Podemos mantener un puesto de trabajo, pero no podemos renunciar a ser nosotros quienes decidamos sobre nuestra vida.

En algún momento tendremos que hacer lugar a nuestro deseo, a lo postergado, a lo que disfrutamos, a lo que nos llena de esperanzas.

Dar lugar implica ocuparse.

El trabajo nos desborda, muchas veces, porque hemos dejado que ocupe espacios emocionales que están reservados a otros aspectos de nuestra vida: conocer lugares nuevos, estudiar algo que nos guste, aprender un nuevo oficio, conocer nuevas personas que compartan nuestros intereses, leer, ir al cine, al teatro, cultivar, visitar viejos amigos, descubrir nuestra ciudad.

De esa exploración en nuevos territorios geográficos y afectivos, surge, muchas veces, un nuevo modo de solventar nuestros gastos, incluso un nuevo trabajo.

La noria de la queja eterna es implacable cuando se nos instala en el día a día.
Nadie más que nosotros puede detenerla.
Y, si hace falta pedir ayuda para ver más claras las opciones:a no dudarlo.Pedir ayuda es signo de salud mental, no de debilidad.

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lunes, 30 de diciembre de 2019



                  NUESTRA HIGIENE MENTAL.


Nadie nos enseña a cuidar la higiene de la mente, tal como la del cuerpo.
Somos entrenados desde pequeños para cepillar nuestros dientes, bañarnos, peinarnos, mantener nuestras uñas limpias, y, en edad escolar especialmente, cuidar la aparición de los molestos piojos (ya no son un estigma, ni símbolo de mala higiene, porque se han convertido en una presencia democrática).

Todo lo anterior es absolutamente necesario...pero no suficiente.
Nadie nos enseña, desde pequeños que, así como somos un cuerpo, también somos una mente que, integrada a ese cuerpo nos mantiene con vida, es responsable de nuestro crecimiento, nuestra evolución y de la vida que seamos capaces de planificar, proyectar y sostener para nosotros.

No nos enseñan porque no les enseñaron. Y así sigue la cadena.

Llevamos a nuestros hijos al pediatra y controlamos su estatura, su peso, sus reflejos, sus vacunas, su apetito, y, a veces, su sueño.
Estamos pendientes de si controla esfínteres, del momento de sacarle el pañal, de si habla o si camina en "la edad adecuada".Pero hay otras cosas que no preguntamos, o no observamos.

Raramente cuidamos de que interactúe con sus pares, o de observar como lo hace.

Raramente dedicamos unos minutos , antes de dormir, al encuentro íntimo familiar, con lectura o charlas, como parte integral del día a día, no como excepción.

Raramente acudimos a una consulta preventiva con psicólogo o psiquiatra de niños para asegurarnos de que va evolucionando según su momento, para orientarnos, para guiarnos: sin esperar a que se incendie la pradera y corramos al profesional de la salud mental presos de pánico y angustia (que, obviamente, traspasamos también a nuestros hijos).

Todo esto pasa, porque no nos hablan de la importancia de una mente saludable, cuidada, balanceada.
Pasa porque tememos tanto a la enfermedad mental que nos inhabilitamos para ser capaces de prevenirla, detectarla si existe, y atenderla si está ahí.

Pero, por sobre todas las cosas, pensamos que la mente es una construcción disociada, intangible, misteriosa, invisible, sobre la que no se puede actuar.

Limpiamos la mente cuando respetamos las horas necesarias de descanso.
Limpiamos la mente cuando interactuamos con otros, aprendemos de ellos y ellos de nosotros.
Cuidamos de la higiene mental de nuestros hijos cuando balanceamos su entretenimiento, cuando les ofrecemos todo tipo de juegos y generamos los momentos de encuentro e intercambio con sus pares: la plaza de juegos, el parque, la interacción con animales,el cuidado de las plantas de la casa, sentirse parte integral de un grupo humano y ver que tiene un rol en él: el principal grupo humano de un niño es su familia.No su club deportivo, ni su colegio.Estos últimos son los espacios donde el niño lleva lo que adquirió de su clan.Completan su formación, pero no son la base de su maduración, de su crecimiento mental y espiritual, ni determinan que clase de persona será.

Es importante tener niños que conozcan como cepillar sus dientes, y, además, conozcan la importancia de cuidar su mente, de dejarla descansar, de gratificarla, de estimularla y de cuidar de ella cuando no se siente bien.

Si cuidamos la higiene mental, tendremos personas más equilibradas, con mejor manejo de sus frustraciones, con conciencia de sí mismas, que no culpan al otro de todos sus errores, con capacidad de autocrítica y de cambio.
Está en nosotros .No es tan difícil.Sólo requiere admitir que existe una mente, y que nos constituye.No es algo que tenemos, es lo que somos.

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